También rebasa mi capacidad de comprensión el hecho de que la información elaborada por el Ministerio, pero que ayer no había llegado a las farmacias, advierta de la inconveniencia de usar la píldora como anticonceptivo. ¿Para qué diablos es usa entonces? Claro que lo cierto es que no es anticonceptivo sino abortivo. Y si es inconveniente utilizarla como anticonceptivo, ¿cuáles son los motivos? ¿Por qué se dispensa sin receta, y a las mismas menores de edad que no pueden comprar tabaco ni tomarse una caña? ¿Cuáles son los riesgos que entraña su consumo? ¿Qué tienen los antibióticos que no tenga este convoluto hormonal? Son sólo preguntas. Y ¿qué sucede con la objeción de conciencia de los farmacéuticos? ¿Por qué en Cataluña sí y en otras regiones no?
Muchos médicos y farmacéuticos temen un abuso del medicamento por los jóvenes. La mayoría son partidarios de que no se dispense sin receta médica y sin seguimiento facultativo. Afirman que, si para tomar una píldora anticonceptiva normal, a una mujer se le pide un análisis, no se comprende que se le proporcione una dosis treinta veces mayor a una niña, sin control. Y sin conocimiento de sus padres. Si las preguntas anteriores tenían un carácter retórico, la próxima no lo tiene.
¿Por qué el Gobierno acomete esta irresponsable chapuza? Parece evidente que, puestos a dar este paso nocivo, era posible hacerlo un poco mejor (o menos mal). Fines y medios viven así en una perfecta armonía del error. Antes de perpetrar la consideración del aborto como un derecho de la mujer durante un plazo (hasta ese momento mágico en el que un ser vivo se convierte en ser humano), el Gobierno nos adelanta este aborto en píldoras.