El totalitarismo necesita no sólo el control de la población, sino la adhesión interior de sus víctimas, convertirse en su propia conciencia. Es por ello que tiene que hacernos participar a cada uno de nosotros de ésta aniquilación. Cuanto más herido esté cada corazón por la complicidad y cuanto más injusto sea el crimen en el que participemos, más necesitará justificar, como un orden normal, un desorden que obtiene su ganancia de la explotación y el asesinato del débil. Es así como una legislación que aceptamos como justa, en una democracia, nos convierte a todos en cómplices, en agresores reales, en personas heridas incapaces de rebelarnos ante toda injusticia (no sólo la que nos afecta a nosotros).
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