Lo bueno y lo malo del referéndum sobre el aborto en Liechtenstein

El positivo tiene dos caras. La primera, que la mayoría ha dicho no. La segunda, aun mejor, es que el príncipe Alois avisó que no tenía la menor intención de firmar una ley a favor del aborto. Y que dicha voluntad no sería quebrada por el resultado de un referéndum. En otras palabras, estamos ante un gobernante auténticamente católico -al menos en esto-, que no está dispuesto a que la dignidad de la vida humana dependa de lo que digan las urnas. Habrá quien diga que eso es antidemocrático. Y ciertamente lo es. Pero igual de antidemocrático sería rechazar el resultado de un referéndum que decidiera que a los enfermos de Alzheimer hay que matarles con una inyección letal y otro que aprobara que los miembros de determinada etnia, religión o grupo linguístico tuvieran que llevar un distintivo visible.

Si la democracia no está sujeta a una serie de valores predemocráticos que no pueden ser suprimidos por medio de votaciones, entonces es un sistema perverso, en el que la dictadura de una mayoría puede provocar la aniquilación de las minorías.

Precisamente eso es lo malo del referéndum en Liechtenstein. El que pueda votarse sobre si es legítimo matar a la vida humana en el seno materno es en sí mismo una aberración. El resultado en esta ocasión ha sido positivo pero, ¿qué habría ocurrido si los apenas cinco puntos a favor de la vida hubieran sido en contra? La situación del príncipe Alos sería muy digna pero a la vez muy complicada. Incluso el parlamento de Liechtenstein, que previamente votó en contra, habría sido desautorizado por un pueblo entregado a la causa de la cultura de la muerte.
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