El «derecho» al aborto, una barbarie pseudoprogresista

Gracias a los avances de la medicina (embriología, genética, etc.) y la biotecnología (resonancias, cámaras intrauterinas, etc.) cada vez se hace más difícil negar que el aborto es quitarle la vida a un ser humano. Incluso muchos pro-abortistas no tienen más remedio que admitir esta verdad cada día más nítida. Ante esta realidad, ¿cómo se puede justificar el aborto? Intentaré refutar las razones aireadas por los partidarios del progresismo abortivo.
En primer lugar, ante la imposibilidad objetiva y científica de negar la vida al ser humano no nacido, sólo les queda afirmar que la vida de éste es menos importante que la de la mujer. Los derechos y necesidades de la mujer son más importantes que los de un feto. Para sostener esto, no hay más remedio que tomar un enfoque positivista del derecho, argumentando la realidad social y la fuerza de la mayoría, estableciéndose, por tanto, que la justicia emana de las costumbres, de los datos estadísticos y de las opiniones que logran imponerse. Y, en el caso que nos atañe, la mayoritaria (¿manipulada?) opinión pública ha establecido que la dignidad de los seres humanos se adquiere por la edad, determinando que los menores de nueve meses no tienen dignidad y, por tanto, su vida depende de los deseos de los adultos. Eso sí, no hay que llamarlo aborto, pues en nuestra sociedad tiene connotaciones negativas. Ejerciendo una refinada hipocresía, se denomina IVE (Interrupción Violenta, ¡perdón!, Voluntaria del Embarazo). Ni que decir tiene que esto nos trae a la memoria pueblos democráticos de ayer que se convirtieron, sin darse cuenta, en colaboradores de políticos iluminados.